Conceptos de Educación y Docente

Posted by MJLopez | Posted in | Posted on 18:18

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¿Cómo impartiriamos nuestros conocimientos?

   Educación es construcción. Sería el sustantivo, mientras que docente el adjetivo. El concepto de educación estaría referido a todo aquello que engloba un sistema que nosotros hemos creado con el fin de poner normas, límites, valores y juicios dentro de la sociedad. El término docente vendría a significar todo aquello referente a la educación, o con algún tipo de relación a ella.

  Educar, educere es: hacer salir, extraer, sacar, guiar, conducir; educare es: criar, cuidar, alimentar, formar, instruir.

  Impartir conocimientos con respeto, siendo humano, pero firme. Sobre todo, y por encima de cualquier cosa, mostrando pasión por aquello que enseño, y creando asi ínterés por ello. Si no lo haces con pasión, jamás seras un buen maestro. Interesandote por los alumnos, creando una atmósfera de trabajo favorable para todos. Poniendo de mi parte sin esperar recibir cumplidos ni aplausos por ello. Siendo una guía, que hable sin tapujos, y diga La Verdad. Siendo afectivo, pasional, compasivo. Si sabes lo que es necesario, y de verdad deseas transmitirlo, el poder autoritario y el respeto a través del miedo quedan obsoletos y fuera de lugar. No seran necesarios.



"La educación para la libertad debe comenzar exponiendo hechos y enunciando valores y debe continuar creando adecuadas técnicas para la realización de los valores y para combatir a quienes deciden desconocer los hechos y negar los valores por una razón cualquiera.
En un capítulo anterior, he examinado la Ética Social, en función de la cual se justifican y se hace que parezcan un bien los males resultantes del exceso de organización y del exceso de población. ¿Es que un sistema de valores así está de acuerdo con lo que sabemos del físico y del temperamento humanos? La Ética Social parte del supuesto de que la crianza tiene una importancia decisiva en la determinación de la contacta humana y de que la naturaleza —el equipo psicofísico con el que nacen los individuos— es un factor insignificante. Pero ¿es esto verdad? ¿Es verdad que los seres humanos son únicamente los productos de su ambiente social? Y si no es verdad, ¿qué justificación puede haber para sostener que el individuo es menos importante que el grupo del que es miembro?
[...]Esa educación para la libertad debe ser, como he dicho, una educación ante todo en hechos y en valores: los hechos de la diversidad individual y de la singularidad genética y los valores de la libertad, la tolerancia y la caridad mutua que son los corolarios éticos de tales hechos. Pero, por desgracia, el conocimiento exacto y los sólidos principios no son bastantes. Una verdad sin interés puede ser eclipsada por una falsedad emocionante. Una hábil apelación a la pasión es muchas veces demasiado fuerte para la mejor de las buenas resoluciones. Los efectos de la propaganda falsa y perniciosa no pueden ser neutralizados sin un adiestramiento a fondo en el arte de analizar sus técnicas y ver a través de sus sofismas. El lenguaje ha permitido que el hombre progrese de la animalidad a la civilización. Pero el lenguaje ha inspirado también esa continua locura y esa sistemática genuinamente diabólica perversidad que no son menos características del comportamiento humano que las virtudes lingüísticamente inspiradas de la premeditación sistemática y de la continua benevolencia angélica. El lenguaje permite a quienes lo usan dedicar atención a cosas, personas y hechos, hasta cuando las cosas y las personas están ausentes y los hechos no están ocurriendo. El lenguaje procura la definición a nuestras memorias y, al traducir la experiencia en símbolos, convierte lo inmediato del deseo o el aborrecimiento, del odio o del amor, en principios fijos de sentimiento y conducta. De un modo del que no tenemos plena conciencia, el sistema reticular del cerebro selecciona de una incontable multitud de estímulos esas pocas experiencias que tienen importancia práctica para nosotros. De estas experiencias inconscientemente seleccionadas, seleccionamos y extraemos de modo más o menos consciente un reducido número, al que marcamos con palabras de nuestro vocabulario y luego clasificamos dentro de un sistema a la vez metafísico, científico y ético que está formado por otras palabras de un nivel de abstracción más alto. En los casos en que la selección y la extracción hayan sido dictadas por un sistema que no sea demasiado erróneo como opinión de la naturaleza de las cosas, y en que los marbetes verbales hayan sido inteligentemente elegidos y su naturaleza simbólica claramente comprendida, nuestro comportamiento tenderá a ser realista y tolerablemente decoroso. En cambio, bajo la influencia de palabras mal elegidas y aplicadas, sin comprensión alguna de su carácter meramente simbólico, a experiencias que han sido seleccionadas y extraídas a la luz de un sistema de ideas erróneas, tenderemos a comportarnos con una diabólica y organizada estupidez, de la que los animales mudos (precisamente porque son mudos y no pueden hablar) son beatíficamente incapaces.
En su propaganda antirracional, los enemigos de la libertad pervierten sistemáticamente los recursos de lenguaje, con objeto de atraer o empujar a sus víctimas hacia el modo de pensar, sentir y obrar que ellos, los manipuladores de la mente, desean. Una educación para la libertad (y para el amor y la inteligencia que son, a un mismo tiempo, las condiciones y los resultados de la libertad) debe ser, entre otras cosas, una educación en el uso propio del lenguaje. Desde hace dos o tres generaciones, los filósofos han dedicado mucho tiempo y mucha meditación al análisis de los símbolos y al significado del significado. ¿Cómo se relacionan las palabras y expresiones que hablamos con las cosas, personas y sucesos con los que nos habemos en nuestra vida cotidiana? Examinar este problema nos exigiría mucho tiempo y nos llevaría demasiado lejos. Basta que digamos que disponemos actualmente de todo el material intelectual que se precisa para una sólida educación en el uso propio del lenguaje, para una educación en todos los niveles, desde el jardín de infantes hasta los cursos para graduados. Esta educación en el arte de distinguir entre el uso propio y el uso impropio de los símbolos debería ser inaugurada inmediatamente. En verdad, pudo haber sido inaugurada en cualquier momento de los últimos treinta o cuarenta años. Y sin embargo, en ningún sito se enseña a los niños, de un modo sistemático, a distinguir la afirmación verdadera de la falsa, la significativa de la carente de significado. ¿Por qué es así? Porque sus mayores, inclusive en los países democráticos, no quieren darles esta clase de educación. A este respecto, la breve y triste historia del Instituto de Análisis de la Propaganda es significativa en grado sumo. El Instituto fue fundado en 1937, cuando la propaganda nazi era más ruidosa y efectiva, por el señor Filene, el filántropo de Nueva Inglaterra. Bajo los auspicios de este centro, se hicieron análisis de propaganda no racional y se prepararon varios textos para la instrucción de los estudiantes secundarios y universitarios. Vino luego la guerra, una guerra total, en todos los frentes, en el mental no menos que en el físico. Con todos los Gobiernos Aliados dedicados a la "guerra psicológica", insistir en la conveniencia del análisis de la propaganda parecía un poco falta de tacto. El Instituto fue cerrado en 1941. Pero inclusive antes del estallido de las hostilidades había muchas personas a las que las actividades del centro parecían muy inconvenientes. Ciertos educadores, por ejemplo, desaprobaban la enseñanza del análisis de la propaganda alegando que induciría al cinismo a los adolescentes. Tampoco los militares acogían con agrado tal enseñanza; temían que los reclutas comenzaran a analizar el lenguaje de los sargentos instructores. Y estaban luego los clérigos y los anunciantes. Los clérigos se pronunciaban contra el análisis de la propaganda alegando que un análisis así socavaría la fe y disminuiría la asistencia a la iglesia; los anunciantes adoptaron la misma actitud por entender que tal análisis socavaría la lealtad a las marcas y reduciría las ventas.
Estos temores y desagrados no carecían de fundamento. Un escrutinio demasiado a fondo por parte de demasiada gente del común de lo que dicen sus pastores y maestros puede resultar profundamente subversivo. En su forma presente, el orden social depende para su continuación de la aceptación, sin demasiadas preguntas embarazosas, de la propaganda presentada por quienes tienen autoridad y de la propaganda santificada por las tradiciones locales. Una vez más, el problema consiste en encontrar el oportuno término medio. Los individuos deben ser lo bastante sugestionables para que quieran y puedan hacer que su sociedad funcione, pero no tan sugestionables que caigan bajo el hechizo de manipuladores profesionales de la mente. Análogamente, debe enseñárseles en materia de análisis de la propaganda lo suficiente para que no crean a ojos cerrados en la pura insensatez, pero no tanto que rechacen abiertamente las manifestaciones no siempre racionales de los bien intencionados guardianes de la tradición. Probablemente, el feliz término medio entre la credulidad y el escepticismo total nunca podrá ser descubierto y mantenido por el solo análisis. Este planteamiento más bien negativo del problema tendrá que ser complementado por algo más positivo: la enunciación de una serie de valores generalmente aceptables basados en un sólido cimiento de hechos. El valor, ante todo, de la libertad individual, basado en los hechos de la diversidad humana y de la singularidad genética; el valor de la caridad y la compasión, basado en un hecho conocido de antiguo y descubierto de nuevo por la moderna psiquiatría, es decir, el hecho de que el amor es tan necesario para los seres humanos como la comida y el techo; y, finalmente, el valor de la inteligencia, sin la que el amor es impotente y la libertad inasequible. Esta serie de valores nos proporcionará un criterio para que la propaganda pueda ser juzgada. La propaganda que resulte insensata e inmoral podrá así ser rechazada sin discusión. La que sea meramente irracional, pero resulte compatible con el amor y la libertad y no se oponga en principio al ejercicio de la inteligencia, podrá ser provisionalmente aceptada por lo que valga."


Tomado de "Brave new world revisited (retorno al mundo feliz)", de Aldous Huxley

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